Temporal
En mi barrio, como es muy barrio, nunca pasa nada. O mejor dicho, siempre pasa lo mismo. Por eso, cualquier día puede pasar lo menos pensado. Y recordarse. Durante años.
Ayer hubo un temporal. Duró cinco minutos, el tiempo justo para azotar las tres palmeras, despegar el agua de la fuente y llenar los coches de hojas inquietas y secas. Justo empezó cuando volvía a casa. Justo me dejé llevar durante unos segundos, los justos para empaparme y llenarme de hojas marrones y amarillas. El agua me azotaba la cara y me llegaba hasta la campanilla. El aire me cerraba los ojos y me abría la boca. Y justo ahí, justo esos cinco minutos, mi barrio fue el centro del mundo. Y yo, durante treinta segundos, estaba viva.
A veces me parece que voy dentro de un coche, con las ventanas subidas y la calefacción puesta. Suena Radio3 y no hay nada que nos pueda molestar (porque los atacos, los semáforos rojos o los conductores maleducados han pasado a la historia. No suenan en mi coche). Pues eso, que sigo conduciendo, haciendo kilómetros, pero con otro desgaste, que no afecta a mi piel, mi pelo y que no me hace cosquillas, ni me da frío.
Ayer, en cambio, me bajé del coche y sentí el viento en la cara, y allí me habría quedado horas, si así hubiera seguido el tiempo, pero un jubilado, desde el cajero del portal me hacía señas para que me refugiara en el techado.
Después no pude dormir y, viendo la tele, he oido una sierra. Eran cuatro bomberos que se abrazaban a un árbol y trepaban sobre su camión, hasta hacer astillas a uno de los plataneros que se ha dejado ir con el temporal. Y ellos allí, a horas que no tienen número, hacían astillas del árbol que se iba a caer. Y yo allí, tan sola y tan chica, y otra vez en pijama en el balcón, volvía a vivir. A mi, con el temporal, me han salido alas, como a las hormigas de invierno. Alas eléctricas, planas y debiluchas, pero alas que me dejan soñar con una hoja de menta en los labios.
El mundo en mi barrio, a veces gira. Y el mío, hoy, otra vez, también. Han vuelto a cantar pájaros perdidos y el árbol ya sólo es astillas y dos ramas sueltas en la acera. Pero los pájaros, cantaban. Creo que han cantado para mí. No era la hora de los pájaros ni tampoco era la mía, la mía de volver a casa. Y allí estaban, piando. Porque sí o por mi. Yo he dejado repiquetear los tacones en la puerta, porque se que a ellos les gusta cómo suenan y ellos se han callado hasta que me han oido entrar, entonces han vuelto a piar. Me he parado a mirarlos, sin verlos, y los he dejado cantando entre las hojas de los árboles que se volvían a mover.
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