luces
Ya sabes, son tópicos, siempre lo mismo, y es inevitable: el barrio está lleno de pastores, ovejas y ángeles con alas de algodón a la salida del colegio. Las tiendas tienen más ruido y las bolsas suenan a papel de celofán. Recibes cartas, postales lejanas llenas de una nieve y unos árboles que no conoces y medios de transporte guiados por animales de cuatro patas y que vuelan. Huele a pasteles y dulces, los que hacen eses no se limitan a los fines de semana y los árboles y las ventanas se atestan de luces intermitentes.
De todo esto, me quedo con las luces. Siempre me pregunto que por qué no se utilizan todo el año. Pues eso, las luces... Me encantan las luces brillantes que ponen mis vecinos de enfrente. Llenan un árbol puntiagudo de luces azules y una cascada intermitente de colores se deja caer por el balcón. Ellos, eso sí, siguen con su casa apagada y triste, y desde luego, no creo que puedan ver el espectáculo de la ventana. Siguen con la persiana cerrada. Pero bueno, eso para ellos es navidad. Desde luego, no me queda otra que pensar que para quien ponen las luces es para mi. Tintineantes y revoltosas.
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