Y mañana todo se llenará de bicicletas
Y de cosas que o huelen a plástico o huelen a nuevo. O están sin planchar, pero porque no lo necesitan.
Pero eso será mañana, porque hoy, las calles están vacías, las camas están llenas y las casas recogidas. Todas calladas, todas oscuras, menos las de mis vecinos de enfrente, donde aún crepitan las luces azules, las amarillas con las rojas, cada una a su ritmo, pero todas al compás para andar desordenadas. Y hacen ruido en una noche donde en la glorieta no pasan coches, ni furgonetas. No hay autobuses.
Mi casa suena a calentador de aire. Repetido y cansado da las vueltas a las hélices para dar calor. Y en la entrada, al lado de la puerta azul, las cosas se ordenan. Entonces, el paraguas se ha apoyado en la pared que está justo al lado de la puerta, y el paraguas, es azul. Y la lámpara, que les da el color, es un gran farol de papel, que brilla de turquesa. Y eso es lo que hay, porque todo se va quedando en punto y en su sitio. Y eso es lo que hay.
En la calle, los caramelos se pegan a el asfalto, un exceso, un empacho, el último de estos días. Un derroche necesario para contar los días al revés. Y para tener excusas cuando no tenemos sueños y besos cuando no tenemos nada más que dos almohadas vacías.
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